Por Marvin Aguilar
Siempre, a mis alumnos de historia, les comienzo diciendo: la historia no es una línea recta. Es un círculo. Cuenta mi paisano Carlos Pérez Pineda en su libro «Y Perezca Primero la Patria que Humillarse sin Brío ni Honor…» que el 7 de junio de 1857 el General Gerardo Barrios contraviniendo órdenes del presidente Rafael Campo de no regresar a El Salvador luego de haber participado en la guerra patriótica en Nicaragua sino además de poner en cuarentena las tropas bajo su mando desobedeció desembarcando en el puerto de La Libertad.
Las tropas de Barrios traían con ellos la llamada cólera asiática. Epidemia que se propagaría por Costa Rica, Guatemala, El Salvador y Honduras luego de haberla contraído todos en Nicaragua en la guerra contra el filibustero estadounidense William Walker. Barrios desoyó aquella medida sanitaria porque tenía en mente derrocar al presidente Campo y esa encomienda política era para él más importante que prevenir el contagio entre la población por medio de los soldados que regresaban de la batalla.
La epidemia llevaba ya un año en la región. En 1856 el gobierno salvadoreño impuso un interminable cinturón sanitario (cuarentena de 15 días) para buques y pasajeros en los puertos (no existía aeropuerto) provenientes de Costa Rica y Nicaragua, afectados ya por el cólera que debían quedarse en islotes o ensenadas lejos de las costas salvadoreñas.
Se ordenó fumigar barcos y documentos que de ellos se enviaran al territorio nacional y a las personas se les encerraba por 40 días en lugar distante de los pueblos y antes de entrar en contacto con los pobladores les fumigaban sus equipajes y ropas.
Nuestro país se había mantenido al margen del contagio. Pero a la llegada de Barrios al país en 1857, empecinado en derrocar al gobierno todas esas reglas sanitarias se violaron. El cólera morbus afectó todos los pueblos por donde desfiló Barrios con sus tropas. San Salvador, centro de estacionamiento de los soldados mientras planificaba la caída del presidente Campo fue afectada de manera brutal. Morían 50 diarios. La cantidad de cadáveres fue tal que se apilaron imposibilitando su entierro teniendo que ser incinerados en plena vía pública.
De aquí se propagó a Cojutepeque (capital salvadoreña en aquella época), Chalatenango, Suchitoto, Ilobasco y Sensuntepeque. En Sonsonate se reportó que 2,399 personas habían muerto en un año. En La Paz el cólera causó estragos emocionales y humanos sin precedentes: dentro de los indígenas nonualcos se propagó el bulo que acusaba a los ladinos de haberles envenenado las aguas para matarlos como venganza de la revuelta de 1833 y si no es por la intervención del cura de la localidad los hubieran pasado por los machetes. Igualmente casi todos los funcionarios públicos murieron por la enfermedad teniendo que cerrar todas las oficinas estatales y obrajes de añil del departamento.
Corolario:
Gerardo Barrios desistió de su rebelión y en un acto de capitulación en Cojutepeque entregó su espada al presidente Rafael Campo. El general no recibió ningún castigo por desobedecer las órdenes del gobierno de poner en cuarentena sus tropas contagiadas de cólera asiático.
Su interés político que le llevó a evadir el cordón sanitario del gobierno no solo dejó una mortandad dentro de la población, alcaldes, síndicos, regidores y jueces de paz sino también provocó la muerte por epidemia de importantes personajes de la vida nacional: el presbítero y doctor Isidro Menéndez; el jefe de los ejércitos centroamericanos en Nicaragua (y enemigo político de Barrios) Ramón Belloso; el ex presidente salvadoreño José María San Martín y dos de sus hijas; el rector del colegio de la élite, La Asunción, pedagogo y doctor Manuel Muñoz.
¿Qué ocurrió luego que el cólera fue poco a poco dejando de matar a los salvadoreños? Vino un impacto económico grave en la agricultura nacional. Volviendo particularmente pobres por desempleo las zonas de mayor producción añilera (San Miguel y San Vicente que no sufrieron mucho la epidemia). Esto obligó a acelerar el cambio de modelo económico en el país. El café sustituyó al ya agonizante añil. La historia no es una línea recta. Es un círculo.