No se equivoquen: Nayib Bukele no es un dictador. Ni siquiera un aspirante a autócrata, aunque en El Salvador esas figuras siempre han estado en las viejas ideas y en los viejos hábitos.
Bukele no es, mucho menos, un demente, drogadicto, golpista o nada de lo que quisieron atribuirle en un país donde, en la política, se juega más rudo que en otras naciones.
Tan dura es la política en El Salvador que por años observé decirle prostituta a una Primera Dama u homosexual a un aspirante a gobernante sin la mayor contemplación posible.
Ese es el juego de descalificar que usan algunos para tratar de darle más peso a la crítica, aunque se ahogan en las aguas de los trucos sucios.
Por eso es que los políticos más decentes terminan ahí aturdidos por el silencio, o acaban entendiendo que la mentira sólo triunfa cuando la verdad le tiene miedo a sus propias fuerzas.
Y eso es lo que creo que aplicó Bukele para dar paso a una de las rebeliones electorales más grandes que se han dado en El Salvador.
Si algo es parte de la estrategia política clásica en ese país es la extravagancia para llamar las cosas cuando te endosan el carácter de enemigo.
Bukele es un joven listísimo, buen generador de ideas, estratega político de primera línea que sabe muy bien el papel que acuerpa en una ruta, como si fuese un piloto experimentado.
Bukele es también un joven milenium cuyo fallecido padre, un formidable intelectual quien también era el imán de los árabes salvadoreños, lo metió a leer cientos de libros, a pesar que sus opositores hasta pusieron a siquiátras ( ahora desaparecidos) a certificar que estaba demente y que el Congreso debía declararlo incapaz por desquicio.
A ese nivel llegó la hostilidad y las críticas contra Bukele en medio de todos los disgustos y afrentas.
En El Salvador sólo los opositores de Bukele se fueron humillados para sus casas, el día de las elecciones.
Una grosera mayoría electoral le quitó el rótulo de dictador que sus opositores intentaron colgarle a Bukele los más fatalistas como si fuese un personaje frenético.
El gobernante les silenció la boca a todos. El funeral fue lo único que les quedó a sus enemigos.
Confieso que conozco a Bukele desde hace rato. No soy su defensor de oficio. No me paga un dólar. Le reconozco algunos abusos pero sé también detectar las maquinarias electorales que le echaron encima.
El resto fue un cataclismo electoral que mandó a dos partidos tradicionales a encerrarse para averiguar cómo fue posible que se extraviaron tanto en tan poco tiempo electoral.
Lo que menos entendieron quienes se oponían a Bukele es que la inmensa mayoría de salvadoreños decidieron no fiarse más de los políticos de siempre.
Tal vez por todo eso es que no es difícil concluir, en principio, que la mayor equivocación que hicieron los partidos tradicionales fue hacer la política como la hicieron siempre.
Bukele simplemente esperó a sus opositores, en sus largas trincheras, con una convicción: la victoria lleva todas las llamas y todos los renacimientos juntos. La política debe hacerse diferente para ofrecerle a la gente horas más espléndidas.
Bukele fue siempre el cambio. Sus oponentes de izquierda y derecha calcaron la historia. Usaron los viejos planos de hace cuarenta años.
Cambios en retroceso
Las únicas variaciones que produjeron los opositores ocurrieron cuando proclamaron insólitos acuerdos entre quienes encabezan la prensa tradicional y la no tradicional financiada con recursos ajenos.
Hubo hasta un centro de pensamiento ideológico que trasladó algunos de sus hombres, y escritorios, a la redacción principal de un periódico.
Al final no se sabía si aquello era una lógia ideológica o un periódico. Nadie era consecuente ahí. Nunca lo fueron. Los periodistas sólo servían como pasa papeles.
Lo peor de todo es que muchos creyeron que así podrían a crecer el periódico y ha debilitar a Bukele.
No entendieron que los lectores descubrieron la trampa y ni uno ni otros socios ganaron. Todos perdieron.
Desde hace mucho rato la gente estaba harta de los políticos tradicionales. Las encuestas de opinión pública, que muchos escondieron, mostraban el camino del cataclismo.
El problema para la oposición es que sólo pocos entendieron que la mayoría les racionó todo, menos hacerles pasar una vergüenza como finalmente ocurrió.
Es fácil seleccionar quienes perdieron en El Salvador. Junto a los políticos de los últimos treinta años, perdió una cantinela de asesores salvadoreños y extranjeros de todas las nacionalidades que se llevaron abultadas sumas de dólares.
También fracasaron los centros de pensamiento conservadores, un grupo de tozudos empresarios y una buena parte del periodismo salvadoreño.
Algunos están tan desconcertados que tardarán mucho en saber de lo que es capaz el poder.
Cada vez más errores
La tragedia para los enemigos de Nayib Bukele no sólo es no reconocer que una enorme mayoría los aplastó.
La dificultades para ellos nacieron desde el mismo día que no entendieron que la historia se renueva cada vez que ella quiere y junta condiciones para hacerlo.
Ni siquiera la izquierda aprendió eso y tal vez por eso fue la agrupación que más votos perdió en las elecciones de medio período.
El extravismo con que analizan, los partidos tradicionales, lo que pasó, ya ni siquiera les permite justificar sus errores.
Pongo el caso de un académico, representante del INCAE en El Salvador, la escuela de negocios de Harvard, quien, como consejero del dueño de un diario escribió su interpretación de la debacle electoral.
Todo lo atribuyó a la falta de dinero. ARENA, o la derecha salvadoreña, perdió porque los ricos no le dieron dinero suficiente, esta vez.
El FMLN, el partido de izquierda, perdió dos tercios de sus votos porque José Luis Merino, uno de sus líderes, no pudo sacar dinero de Alba Petróleo porque sus cuentas están embargadas. Supuestamente él maneja fondos que llegaron desde Venezuela.
La interpretación es tan burda y ceñida exclusivamente al dinero que el analista circunscribe la democracia de su país, exclusivamente al dinero.
Para él, perdieron y los dejaron pasmados porque nadie tenía dinero. Así lo único que vale en una democracia son los dólares. Eso nos da una dimensión de la pozo grandeza que le dan a la victoria electoral de Bukele.
Ahí pasó de todo
Quienes pretendieron crear una verdadera fuerza de demolición contra Nayib Bukele, usaron todos los recursos electorales que estaban a su alcance. Sobre todo la mentira.
Pero lo poco que hicieron para estructurar un frente común entre la izquierda y la derecha para pelear contra Bukele fue convertir al diputado social cristiano en el mariscal de la confusión.
La jugada sonaba, en principio, correcta. Parker, se convirtió en una suerte de líder de los aliados, y la oposición, quizá para no meter en el juego político frontal a dirigentes de ARENA y el FMLN.
El problema es que no tomaron en cuenta que, algunas veces, los más crueles resultan los más cobardes.
El verdadero problema es que, desde mucho tiempo antes, el pueblo salvadoreño ya había construido sus propias barricadas contra los políticos tradicionales.
La gente había decidido no esperar que le llevaran su esperanza. Simplemente la tomaron. Y lo hicieron al lado de Bukele.
Los errores políticos de los adversarios a Bukele fueron tantos que ni siquiera Parker se dio cuenta que El Salvador sería lo que la gente quería ser.
Parker cayó en una gigantesca trampa personal. Es probable que, al principio, creyó que encabezar las luchas de al menos tres partidos políticos, le daría ganancias personales.
El problema es que Parker no comprendió que los salvadoreños acabaron racionándole todo menos la vergüenza que los votos lo harían pasar: cuanto más atacaba Parker a Bukele, los electores menos estaban dispuestos a votar por él.
Al final, después de muchos años de reelecciones legislativas consecutivas, Parker acabó perdiendo su elección personal. Su derrota tuvo la misma hondura de la rebeldía de los salvadoreños contra los partidos tradicionales.
Y en todo esto, la rosca de todo siempre estuvo armada: Parker siempre fue, históricamente, el representante del diario donde acabaron los estrategas de centro de pensamiento de la derecha.
Incluso, ahí hizo negocios personales con los dueños del medio de comunicación.
Eso sí: la guerra total que encabezó Parker como la principal figura de los anti Bukele, crearon también, en su contra, una resistencia total. Parker acabó sin vida política en la horca electoral.