Escrito por Alex Lobato
La transformación del sistema penitenciario en El Salvador es, sin duda, uno de los cambios más profundos y trascendentales de nuestra historia reciente. Bajo el liderazgo del Presidente Nayib Bukele, las cárceles dejaron de ser nidos de privilegios para criminales y se convirtieron en verdaderos espacios de cumplimiento de la ley, donde impera la disciplina, el orden y la justicia.
Por décadas, los centros penales fueron un poder paralelo. Desde ahí se dictaban órdenes de extorsión, de asesinato y de terror. Era común que una llamada desde Izalco o Mariona significara un ultimátum para familias enteras. No era un secreto que dentro de esos muros reinaba el caos: fiestas privadas, lujos, mujeres, drogas, celulares y hasta estructuras completas de crimen organizado operando bajo la mirada cómplice de gobiernos corruptos que permitieron, y hasta alimentaron, esa estructura de impunidad.
Pero todo cambió. El Salvador decidió romper con esa herencia maldita. Hoy, las cárceles ya no son oficinas del crimen, son centros penitenciarios en el verdadero sentido de la palabra. No sale una orden de muerte, no se reciben llamadas de extorsión, no hay privilegios. Lo que hay es control absoluto, disciplina diaria y un sistema que por fin está al servicio de la sociedad y no del crimen.
La implementación de programas como el Plan Cero Ocio en 2019 abrió una nueva etapa: los privados de libertad devuelven parte del daño causado. Construyen escuelas, reparan hospitales, fabrican uniformes, trabajan en metalmecánica, siembran y cosechan sus propios alimentos. Hoy, aquellos que un día hicieron sangrar al país se ven obligados a servirlo, no a destruirlo.
El mensaje es claro: en El Salvador la impunidad se acabó. Ahora, quien delinque sabe que enfrentará un sistema penitenciario firme, donde cada terrorista, asesino o violador pagará con todo el peso de la ley. Y al mismo tiempo, donde se fomenta la reinserción desde la disciplina y el trabajo, no desde el ocio ni el libertinaje.
Este cambio, tan radical como necesario, no solo fortalece nuestra seguridad nacional, sino que también dignifica a las familias salvadoreñas que por años vivieron bajo el yugo de la delincuencia. Hoy pueden caminar en paz sabiendo que las cárceles dejaron de ser universidades del crimen y pasaron a ser símbolo de orden, control y disciplina.
Hoy las cárceles en El Salvador ya no son fortalezas del crimen: son bastiones del Estado. No son espacios de privilegios sino de obligaciones y responsabilidades. No son guaridas de impunidad sino torres del castigo. Y, lo más importante: son instrumentos para una visión de sociedad más segura, donde la ley recobre la primacía que le había sido arrebatada.
Este proceso no es perfecto ni está completo. Pero es un compromiso simbiótico con la seguridad, la dignidad ciudadana y la justicia. Cuando el Estado toma las cárceles y las convierte en símbolos de control, orden y disciplina, envía un mensaje poderoso: aquí gobierna la ley, no la anarquía.