Fátima Cuéllar narró que su participación en el certamen fue una decisión impulsada por convicción personal, pese a las advertencias de su representante en Nueva York, quien consideró su regreso al país como un “retroceso profesional”. “Vine por fe, no por fama”, afirmó. Explicó que tomó hasta diez vuelos para cumplir con los procesos de selección, canceló compromisos laborales y dejó de lado ingresos superiores, motivada únicamente por querer representar a El Salvador.
En un momento de profunda emotividad, reveló que antes de partir compartió una conversación con su madre, quien la impulsó a aceptar el desafío. “Mi mamá me dijo: ya ganaste con solo atreverte”. La modelo explicó que fue ella quien le enseñó a no renunciar a los sueños, incluso cuando la presión emocional y las críticas hacían dudar de su propósito. También confesó que dejar a su hijo de un año al cuidado de su esposo y su abuela fue el sacrificio más difícil que tuvo que afrontar.
Fátima también profundizó en sus orígenes. Recordó haber crecido en una zona rural donde “los sueños eran un lujo”, y afirmó que su historia comenzó “entre cafetales, tierra caliente y los consejos de una madre que me peinaba para los concursos con sus propias manos”. Añadió que su infancia lejos de ser un obstáculo, se convirtió en su mayor motivación para demostrar que el origen no condiciona el destino.
Tras no obtener el resultado esperado en el certamen, regresó a Estados Unidos “con los ojos hinchados de llorar”, pero retomó su carrera y logró colaborar con marcas internacionales, entre ellas Makeup by Mario. A su juicio, esa experiencia confirmó que “una corona no define el valor, sino la capacidad de levantarse y seguir”.
“Vine por fe, vine por mi familia, vine por El Salvador”, concluyó.
