Hay momentos en la historia de un país que parecen simples, pero que en realidad marcan un antes y un después. Hoy, El Salvador atraviesa uno de esos momentos en el ámbito de la educación. Lo que para algunos puede sonar como “pequeños cambios”, en realidad está sentando las bases de una transformación cultural y estructural que impactará a generaciones enteras.
Recientemente, el Presidente Nayib Bukele dio un golpe de timón en la forma de concebir la educación nacional. Y lo hizo con algo que parece tan elemental como olvidado: disciplina y respeto. No se trata únicamente de libros nuevos o de edificios renovados, sino de formar a nuestros niños y jóvenes en valores básicos que habían quedado relegados.
En uno de sus discursos, el Presidente lo resumió con claridad: “Estamos cambiando cosas que parecen pequeñas, pero son enormes en la vida de un país”. Que un estudiante llegue con su uniforme limpio, que aprenda a saludar con un “buenos días”, que use palabras como “por favor” y “gracias”, que respete a sus maestros y a sus compañeros, es mucho más que cortesía. Es sembrar ciudadanía, es formar hombres y mujeres que entiendan que el respeto y el orden son pilares de la vida en comunidad.
La oposición, como era de esperarse, no tardó en criticar estas medidas. Para ellos, insistir en estas prácticas es “innecesario” o incluso un retroceso. Pero quienes hemos visto de cerca la realidad de nuestro país sabemos que no lo es. ¿Acaso no fue la falta de respeto a la autoridad, a la vida y a los demás lo que abrió la puerta a décadas de violencia? Recuperar esos valores no es un capricho, es una urgencia nacional.
Ahora bien, la transformación no se queda en lo simbólico. En paralelo, el Gobierno está ejecutando un programa ambicioso de infraestructura: “Dos Escuelas por Día”. Más de 262 centros escolares ya han sido intervenidos, dejando atrás imágenes que nos dolían: techos a punto de caer, pupitres inservibles, paredes llenas de humedad. Durante décadas, las escuelas fueron abandonadas, y con ellas, miles de sueños truncados. Hoy, por primera vez, los niños de comunidades olvidadas entran a aulas renovadas que les dicen, sin palabras, que ellos también importan.
Recuerdo a una niña en una escuela rural que, al entrar a su nuevo salón, se quedó observando las paredes recién pintadas y dijo: “Se siente bonito estudiar aquí, ahora hasta dan ganas de aprender”. Esa frase sencilla encapsula lo que está ocurriendo. No es solo cemento, pintura o pupitres nuevos. Es dignidad, es motivación, es esperanza.
La educación está cambiando en El Salvador porque ya no se trata de discursos vacíos ni de promesas que nunca llegaron. Hoy se está invirtiendo en lo más valioso: nuestra niñez y juventud. Y cuando un país apuesta de verdad por su gente, el futuro deja de ser un sueño para convertirse en una certeza.
El Salvador está construyendo una nueva generación, y esa es la victoria más grande que podemos alcanzar.
Por Alex Lobato