El analista político, Raymond Villalta, comparó a las pandillas con una «bestia» que habitó durante un cuarto de siglo en el «jardín» (territorio nacional) y a la cual los salvadoreños tuvimos que acostumbrarnos a través de la negación.
«Aldous Huxley escribió hace 90 años «Un mundo feliz», la quinta novela más exitosa del siglo pasado. Es una suerte de utopía tramposa, o bien irónica, porque revela un mundo que ha eliminado la pobreza, que ha alcanzado la paz absoluta; un mundo sin pobres y sin guerras. Pero para llegar a ese estado de felicidad previamente se habían eliminado el arte, la ciencia, la religión, el amor y otras conquistas o tesoros de la vida humana y de nuestras sociedades», dijo Villalta.
Huxley ridiculizaba, a su manera, a pensadores, intelectuales, filósofos de su época que miraban muy parcialmente la realidad o bien la ignoraban.
El analista asegura que la negación parcial o total de la realidad es un mecanismo estudiado por la psicología desde sus orígenes.
Villalta señaló que, el sociólogo y consultor Eduardo Fidanza se ha referido a ese mecanismo de negación de la realidad a raíz del conflicto en Ucrania. Analiza las manifestaciones de intelectuales y periodistas en torno del tema, quienes para sostener sus opiniones niegan tozudamente la realidad y los hechos.
Y continúa el estudioso: «De manera simplista, podemos señalar que existe un relato —exacerbado desde que Rusia invadió Ucrania— que constituye una clara negación de la realidad mundial y una exaltación de la occidentalidad».
Para ese relato, vivimos en un mundo más feliz que el de Huxley: se niegan la pobreza, la exclusión, las inequidades, las dramáticas manifestaciones de un mundo que registra los niveles más desiguales de distribución de los bienes y las riquezas. Hay centenares de millones de migrantes que huyen de sus países, parias que son sometidos a violencia, persecusión, explotación, que constituyen un submundo transparente a los ojos de pensadores y periodistas enamorados de su relato de «libertad de expresión» y del imperio de la democracia occidental, como modelo superior de la organización social.
Además de la negación de los dramas generados por ese modelo democrático idealizado hay, además, otro mecanismo deformador de la visión de la realidad que muestran esos defensores del relato del mundo feliz: la mirada conservadora que ha quedado aferrada al pasado y que les impide siquiera mirar hacia el frente..
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