El Gobierno del Presidente Nayib Bukele está a solo 10 días de alcanzar un hecho histórico que parecía imposible: 1,000 días sin homicidios en El Salvador. Un logro que no será casualidad, ni mucho menos un simple número en las estadísticas. Será, en realidad, el reflejo de un país que decidió levantarse del dolor y romper con un pasado oscuro que nos condenaba al miedo.
Para quienes crecimos en medio del flagelo de las pandillas, esta noticia no es un dato frío. Es una victoria de la vida sobre la muerte, de la esperanza sobre el terror. Porque no podemos olvidar que hubo un tiempo en el que la violencia era parte de la rutina. Cada amanecer estaba marcado por la incertidumbre de no saber si regresaríamos a casa, si nuestros hijos estarían a salvo en la escuela o si los negocios sobrevivirían a la extorsión. Vivíamos atrapados en una pesadilla que nos robaba la tranquilidad y nos arrebataba sueños.
Atrás quedaron aquellos días oscuros donde las comunidades eran rehenes de la criminalidad. Era una historia peligrosa, donde el simple hecho de transitar por una colonia equivocada podía costar la vida. Donde los padres tenían que inventar excusas para no dejar salir a sus hijos, donde la migración forzada se volvió el único escape posible. Esa realidad, que parecía inquebrantable, hoy está a punto de convertirse en un recuerdo doloroso que los salvadoreños hemos decidido no repetir.
El giro no fue automático ni sencillo. Requirió decisión política, valentía y un liderazgo que no se dejó amedrentar por los intereses de siempre. El Presidente Bukele entendió algo que parecía obvio, pero que por décadas nadie quiso enfrentar: sin seguridad no hay futuro.
Y fue precisamente esa convicción la que dio paso a una transformación sin precedentes. Lo que antes era un país rehén del crimen, ahora comienza a respirar libertad y a recuperar sus sueños.
No se trata solo de esperar una cifra. Se trata de dimensionar lo que significará alcanzar 1,000 días sin homicidios. Significará que los niños pueden jugar en la calle sin miedo, que los comerciantes pueden abrir sus negocios sin la amenaza de la extorsión, que las familias pueden visitar a sus seres queridos sin la angustia de atravesar territorios prohibidos. Significará que la vida cotidiana, esa que habíamos normalizado con temor, se llenará de confianza y esperanza.
Claro está, El Salvador aún enfrenta enormes retos. Pero lo que está por suceder nos recuerda que cuando un país decide tomar las riendas de su destino, lo imposible se vuelve alcanzable. Que las heridas del pasado, aunque profundas, pueden cicatrizar con firmeza y convicción.
Dentro de pocos días, los salvadoreños no solo celebraremos la paz, celebraremos la dignidad recuperada. El país que antes era noticia mundial por su violencia, ahora comienza a ser referente por su valentía. Con el Presidente Bukele, El Salvador no solo volverá a respirar paz y libertad, sino que también volverá a soñar con la esperanza de un futuro mejor para todos.