Escrito por Alex Lobato
Hubo un tiempo en el que ARENA y el FMLN eran los gigantes de la política salvadoreña. Se repartían el poder como si fueran dueños del país, creyendo que el pueblo siempre caería en la trampa de sus discursos prefabricados. Pero la historia no les perdonó. Desde que perdieron el control del Estado en 2019, el camino de su desmoronamiento ha sido imparable.
Si algo dejaron claro los últimos años es que estos partidos no solo fallaron en gobernar, sino que también han fracasado en extinguirse con dignidad. En lugar de aceptar su derrota y hacer una autocrítica real, han preferido sumergirse en pleitos internos, acusaciones de corrupción entre sus propios dirigentes y un sinfín de declaraciones que evidencian lo que todos sabemos: su fin es irreversible.
El caso de los expresidentes de la posguerra es un claro reflejo de lo que fueron estos partidos. De todos ellos, solo uno cumple condena en una cárcel (Elías Antonio Saca), mientras los demás huyeron o fallecieron antes de enfrentar toda la justicia que merecían. Francisco Flores murió en medio de su proceso penal. Mauricio Funes, que pasó sus últimos años escondido en Nicaragua, falleció hace poco y, antes de irse, admitió lo que todos sabían: su gobierno y sus funcionarios fueron un nido de corrupción.
Con semejantes antecedentes, no es extraño que los salvadoreños hayan decidido darles la espalda. No es que la gente no les haya dado oportunidades; tuvieron demasiadas y las desaprovecharon todas. Prometieron cambios y solo se enriquecieron. Vendieron esperanza y solo dejaron desilusión.
Ahora, mientras intentan aferrarse a lo poco que les queda, sus propios miembros los terminan de destruir. En ARENA, una diputada disidente culpa a sus dirigentes de hundir el partido, mientras los mismos líderes aceptan que en la última campaña hubo corrupción. No se ponen de acuerdo ni para encubrirse. En el FMLN, el conflicto es aún más descarado. La famosa “troika” que controla el partido sigue disputándose el mando, mientras los restos de su militancia observan con resignación. Schafik Hándal lo dijo en su momento: “Solo el Frente puede destruir al Frente”, y vaya que lo han hecho con esmero.
La pregunta ahora no es si estos partidos podrán recuperarse, sino cuánto tiempo les tomará desaparecer por completo. Intentan revivir con discursos de renovación, pero a estas alturas eso es como intentar tapar una piñata rota con cinta adhesiva: el daño ya está hecho y nadie la quiere.
El 2024 fue otra prueba de su decadencia. Sus números en las urnas fueron catastróficos y lo peor es que en lugar de aprender la lección, insisten en aferrarse a los mismos vicios que los llevaron a la ruina. Si algo ha quedado claro en estos años, es que el pueblo salvadoreño ya no se deja engañar. La política cambió, la gente cambió, pero ARENA y el FMLN siguen atrapados en el pasado.
El destino de estos partidos ya está escrito, aunque ellos aún no lo quieran aceptar. Pero la realidad es contundente: cuando la gente pierde la confianza en una institución, no hay discurso que la salve.
Lo que fueron dos gigantes hoy no son más que sombras de lo que alguna vez representaron. Y lo que en su momento fue un enfrentamiento político entre dos fuerzas dominantes, hoy no es más que una pelea entre sobrevivientes que se disputan los restos de dos piñatas que hace tiempo dejaron de tener dulces.