En la ciudad de Santa Tecla, en El Salvador, se cuenta una leyenda que tiene como protagonista a una reconocida familia del lugar, aun cuando no se sepa nada de ella desde hace décadas, ya que los últimos que conocieron a algún miembro de la familia Guirola ya han muerto. No obstante, descendientes de aquellos memoriosos refieren que el fundador de la familia Guirola, un hombre que había llegado a Santa tecla desde un poblado pequeño en los últimos años del siglo XIX, había amasado una fortuna partiendo de la nada con el próspero negocio del café.
Contrajo buen matrimonio y engendró muchos hijos, y más tarde, nietos. Todos los miembros de la familia vivían en alguna habitación del caserón, enorme y majestuoso, que se alzaba en el mejor sitio de la ciudad. No obstante, los vecinos escapaban al contacto con los Guirola, y aun evitaban adrede el contacto, ya que una tenebrosa leyenda intentaba explicar el origen de esa misteriosa fortuna e inusual prosperidad: el señor Guirola había hecho un pacto con el diablo.
Las razones eran varias: no sólo se trataba de un éxito sospechoso en el mundo de los negocios (si excluimos la envidia como motivación de los rumores), sino de extraños visitantes que el señor Guirola recibía, especialmente a altas horas de la noche, luces misteriosas que se veían desde las ventanas de las habitaciones, ruidos inexplicables y toda la parafernalia que rodea a quienes han pactado con alguno de los príncipes infernales.
Más aun: el señor Guirola guardaba celosamente su privacidad y no invitaba a nadie a su casa, a excepción de forasteros de extraña vestimenta que no eran vistos en otras calles del pueblo, y no se acercaba a conversar con amigos o vecinos de la localidad. Esta conducta era imitada por todos los demás miembros de la familia Guirola.
Un episodio despertó la alarma general: una joven, que había sido contratada como personal doméstico, desapareció un día de Santa Tecla sin dejar rastros. Cuando sus familiares, que habían tenido reparos a la hora de permitir que la señorita prestase servicios en esa misteriosa casa, avisaron a la policía, ésta se presentó en la mansión Guirola para hacer averiguaciones. Grande fue la sorpresa cuando se encontraron con que la familia Guirola, lejos de vivir en el lujo, subsistía en una casona monumental pero casi vacía, sin muebles, sin utensilios, viviendo en una precariedad que no se condecía con la fortuna ostentada por las infladas cuentas bancarias del señor Guirola.
Después de un tiempo vuelve al país con todos sus ahorros y prestamos bajo su brazo, los cuales fueron hechos con esfuerzos en el vecino país, compro tierras y propiedades agrícolas y se dedica al cultivo del añil, de esta manera demostrando una gran habilidad para la exportación de este producto ya que su mercado se extendió por los Estados Unidos y el Caribe, tenia el don del negocio.