Labubu no es un muñeco común. Fue creado en 2015 por el artista hongkonés-belga Kasing Lung, como parte de su serie artística “The Monsters”, inspirada en criaturas de cuentos nórdicos. Labubu tiene grandes ojos, una sonrisa puntiaguda y dientes filosos, lo que le otorga una apariencia peculiar: entre lo adorable y lo inquietante. Esta estética, conocida como «ugly-cute», ha logrado conectar con un público que busca algo distinto, original y disruptivo.
En 2019, el personaje fue licenciado por Pop Mart, una empresa china especializada en juguetes de diseño distribuido en blind boxes (cajas sorpresa). Desde entonces, Labubu se convirtió en la estrella de la marca y en una figura codiciada por fanáticos del coleccionismo contemporáneo.
De juguete artístico a fenómeno comercial global
El ascenso de Labubu ha sido meteórico. En 2024, las ventas de esta figura generaron más de US$410 millones, posicionando a Pop Mart como una de las empresas más rentables del sector juguetero, incluso por encima de gigantes como Mattel y Hasbro. El modelo de negocio basado en blind boxes —donde el comprador no sabe qué figura obtendrá— ha resultado extremadamente lucrativo y ha incentivado una dinámica de compra compulsiva, especialmente entre jóvenes adultos y adolescentes.
Labubu también ha brillado gracias a su visibilidad mediática. Celebridades como Lisa de BLACKPINK, Rihanna, Dua Lipa y hasta David Beckham han sido vistas con figuras de esta línea, lo que impulsó su popularidad a niveles virales. La figura se ha transformado en símbolo de moda y estilo de vida, usada como llavero, decoración, accesorio de uñas o incluso como joyería.
En tiendas físicas, el lanzamiento de nuevas ediciones ha provocado largas filas, multitudes desbordadas y compras masivas, llegando incluso a generar caos en centros comerciales de ciudades como Seúl, Shanghái y Londres.
Controversias: ¿inocente colección o adicción disfrazada?
El éxito de Labubu no ha estado exento de cuestionamientos. Las blind boxes han sido comparadas por muchos expertos con sistemas de apuestas, ya que fomentan una dinámica de compra repetitiva con la esperanza de obtener una figura rara o limitada. Esta mecánica ha sido duramente criticada por organismos de protección infantil y por gobiernos preocupados por el impacto psicológico en menores.
En China, ya se prohibió la venta de este tipo de juguetes a niños menores de 8 años, y se discute ampliar la regulación para limitar su publicidad y accesibilidad. Rusia ha propuesto una prohibición total, mientras que en Corea del Sur se han documentado casos de menores que gastaron miles de dólares sin control parental.
Por otra parte, la aparición de falsificaciones ha sido alarmante. Solo en 2025, las autoridades chinas incautaron más de 6,000 unidades falsas en aeropuertos y zonas francas. Además, Pop Mart ha iniciado demandas contra marcas que han replicado la imagen de Labubu sin autorización en productos como camisetas, mochilas y figuras pirata conocidas como “Lafufu”.
Un fenómeno cultural y digital que redefine el coleccionismo
Más allá del escándalo, Labubu representa una transformación cultural: el paso del juguete físico a una experiencia digitalizada, compartida en redes, monetizada en reventas y dotada de valor simbólico. Las comunidades en TikTok e Instagram intercambian tips para conseguir las figuras más buscadas, mientras plataformas como eBay o Shopee han visto un aumento exponencial de usuarios revendiendo Labubus a precios que superan los US$1,000 por unidad.
Algunos incluso han comenzado a asegurar sus colecciones, ante robos y pérdidas. La figura se ha transformado en un activo emocional y económico, y con ello vienen responsabilidades que aún no han sido del todo atendidas por los legisladores internacionales.
La dualidad que encarna Labubu —adorable pero perturbador, juguete pero también objeto de lujo— ha generado un debate global sobre los límites del consumo, la infancia, la propiedad intelectual y la regulación del mercado.
¿Hacia dónde va Labubu?
El futuro de Labubu dependerá de su capacidad para reinventarse sin perder su esencia, y del equilibrio que logren establecer sus creadores entre el negocio y la responsabilidad social. Mientras tanto, la criatura sigue capturando corazones, protagonizando titulares y dividiendo opiniones.
Porque Labubu no es solo un muñeco. Es una manifestación de cómo consumimos, nos relacionamos y buscamos identidad en un mundo que cambia rápidamente.