Actualmente, El Salvador se prepara para una contienda electoral bastante trascendente en la historia. Esto se debe al contexto que en el país convergen varios partidos políticos con distintos tintes e ideales, pero en el pasado siempre resaltaron dos: la izquierda y la derecha, polarizando a millones de salvadoreños. Lo cual hasta cierto punto es válido. Es válido identificarse con aquel ideal que consideramos conveniente.
Pero entrando ya en materia, la política y la religión son dos palabras que pueden sugerir un sin fin de pensamientos en la mayoría de las personas, en especial en la iglesia; y es que desde siempre ha habido inconmensurables opiniones que la política y la religión no deben de juntarse, otros opinan que sí y otros simplemente no saben que responder. Por un lado, existe una corriente que considera que los creyentes deben separarse al máximo de todo lo que tenga olor y sabor a política. Y vamos por ahí escuchando afirmaciones como: “Yo soy ciudadano del cielo, no me importan las cosas terrenales”. “Bueno, si Dios quita y pone reyes, en nada afecta que yo vote”. Esta pasividad parece hasta cierto punto piadosa, pero realmente no está bajo la enseñanza bíblica que nos habla de nuestra responsabilidad de ser sal y luz en la sociedad. (Mat. 5:13-16).
Como sabemos la política y la religión son dos cosas distintas que muy rara vez están relacionadas (salvo en el periodo del oscurantismo) y es difícil para muchos construir el puente que las una, olvidando que el cristiano vive en este mundo y por lo tanto una persona ingeniera civil pueda profesar ser cristiano como también un doctor, un abogado o ¡un político! Pero parece que el cristiano común es un estólido que no puede digerir esto.
Si bien es cierto, el eje transversal del evangelio es el mensaje de salvación para los hombres, también tiene como efecto colateral la transformación de las sociedades compuestas por esos mismos individuos.
Basado en esto, somos los cristianos quienes deberíamos afectar el sistema de este mundo con una cosmovisión correcta, apegada a la voluntad de Dios, y no solo a través de política o participando de los procesos democráticos, sino también por medio de TODO lo que hagamos. Bueno, al menos ese fue el pensamiento general de todos los reformadores de antaño. Juan Calvino, por ejemplo, logró que la enseñanza de la soberanía de Dios y su ley transformaran Ginebra, comenzando por una redefinición del gobierno y el estado a la luz de la Palabra de Dios. La enseñanza de la Reforma enfatizó la separación entre la Iglesia y el Estado mientras afirmó el señorío de Dios sobre ambos. “El Señor ha establecido Su trono en los cielos, Y Su reino domina sobre todo” (Sal. 103:19).
Por otro lado, vemos también que existen en varios países latinoamericanos una política profesante del cristianismo más pragmática. De acuerdo con esta postura, los cristianos deben extender el Reino de Dios en la tierra asumiendo cargos políticos o empresariales importantes “porque así la sociedad será ganada para Cristo”.
Esta visión esta fuertemente ligada con pensamientos como la teología de la prosperidad, la cual propone que los cristianos deben tener el control del poder, de la economía, salud, entre otras cosas. Aparte de la espiritualización de las ideas como una herramienta para mover a las grandes mayorías; el uso del discurso político mezclado con la predicación como medio de persuasión para incentivar al oyente al voto.
¿Entonces es malo combinar el cristianismo y la política? No, pero debe tener un verdadero sustento y cosmovisión fundamentada en la palabra de Dios no alterada ni adulterada.
La política cristiana no debería reducirsea un discurso simplista tan trillado como “una nación será para Cristo gracias a un cambio político”, recordemos que la fe sin obras es muerta.
Todo lo anteriormente dicho se resume a un asunto de cosmovisión; es decir, la forma de como vemos e interpretamos no sólo la política sino todo lo que compete a este mundo. Desde la perspectiva bíblica, la dinámica económica, la educación, el Estado, la justicia, las relaciones con nuestros semejantes, el pago de impuestos, entre otras cosas, todo, debe responder a los fundamentos de la Palabra de Dios.
La política cristiana, por lo tanto, nunca debe de reducirse a solo una pasividad social o a un simple discurso de que una nación será para Cristo gracias a un cambio político. Ojo, también hay que tener cuidado de no caer a un populismo espiritualizado. el reto es buscar ejercer discernimiento conforme a lo que está escrito en la Biblia.
El que tiene oídos para oír, que oiga.