Cinco millones de hondureños tuvieron hoy el destino de su país en sus votos, un país marcado por el dolor y por heridas tan profundas que su sanación no aparece en el horizonte. Los jóvenes sólo ven futuro en sus pies, los que les llevan caminando hasta Estados Unidos, según información de la prensa internacional.
Cuenta la leyenda que, al divisar la costa del país centroamericano, los navegantes españoles acuñaron aquello de honduras profundas. Acertaron. Un precipicio cavado por pésimos políticos y ahondado por los destrozos de la pandemia, la violencia endémica y los malditos huracanes, tan fuertes que han cambiado el mapa del país.
Honduras ha dejado de creer en la democracia (apenas el 30% la sigue considerando como su sistema ideal), pese una vocación democrática que se volvió a demostrar ayer con una altísima participación, una avalancha de votos decidida a cambiar su destino pese a la desconfianza que les embarga, según la publicación de elmundo.es
Los candidatos que se diputan la presidencia forman parte de los mismos bloques que han alentado su miseria. Por un lado, la «narcorepública», como la llaman, la misma que ha profundizado sus raíces con las tres legislaturas del derechista Partido Nacional. Y por el otro, el bloque prorevolucionario comandado en la retaguardia por el ex presidente Mel Zelaya, el mismo que abrió la caja de los truenos antes del golpe de Estado de 2009.
XIOMARA CASTRO, FAVORITA
«El momento ha llegado», profetizó Xiomara Castro, candidata de la coalición izquierdista que ha recibido el apoyo de grupos de liberales y centristas. Aupada por las encuestas y con el viento a favor, la mujer de Zelaya acudió a votar sabiéndose favorita. En su comando de campaña ya daban por segura la victoria tras las primeras horas de votación, retrasada en la mañana por problemas logísticos.
En su favor suma sobre todo el voto de los jóvenes, que son inmensa mayoría en el país: los menores de 39 años representan el 70% de los electores. Tras sufrir tres administraciones «azules», parecen dispuestos a protagonizar el cambio, después de que de las 10 elecciones presidenciales realizadas desde el advenimiento de la democracia, cinco cayeran del lado del Partido Nacional y otras cinco para el Partido Liberal.
El recuerdo de lo sucedido tras la victoria del entonces liberal Zelaya en 2006, el golpe de Estado de 2009 y la odisea posterior pesa menos que las administraciones nacionales, marcadas por los escándalos del narcotráfico. Sobre el actual presidente Juan Orlando Hernández sobrevuela una acusación de tráfico de drogas en un Tribunal Federal de Nueva York, el mismo que condenó a cadena perpetua a su hermano, Tony Hernández, exdiputado del oficialismo por el departamento de Lempira.
Con el viento en contra depositó su voto Nasry Asfura (Papi a la Orden, como le llaman), candidato oficialista y alcalde de la capital Tegucigalpa, quien apostó públicamente por la paz en unas elecciones que compensan la incertidumbre con la presencia de observadores internacionales de la Organización de Estados Americanos (OEA) y la Unión Europea.
Los hondureños también eligen a 128 congresistas, 20 diputados al Parlamento Centroamericano y 298 alcaldes. Con mayor o menor fe y muchas dudas, corroboradas por las investigaciones periodísticas. No sólo es que el candidato liberal Yani Rosenthal haya sufrido una condena de tres años de prisión en EEUU por lavado de activos; también candidatos de todas las partes del país tienen su currículum manchado por distintos delitos.
«EN HONDURAS ES MÁS BARATO COMPRAR UN DIPUTADO QUE UN BURRO»
Cuenta otra leyenda que, hace dos siglos, un embajador estadounidense contestó a Washington, donde había inquietud por los impuestos a las bananeras que asomaban en las discusiones en la capital: «Don’t worry. En Honduras es más barato comprar un diputado que un burro».
«El país no puede seguir afectado de forma continua por una crisis política, Honduras es un país con severas dificultades y las elecciones pueden ser un punto de inflexión. En primer lugar para empezar a dialogar. El actual presidente, con poca credibilidad, no ha podido convocar al diálogo para enfrentar los problemas de fondo. El nuevo gobierno sí puede hacerlo para encontrar soluciones de consenso», resume para EL MUNDO el sociólogo Filadelfo Martínez.
La pandemia no sólo ha golpeado con fiereza la vida de los hondureños (10.400 muertes), sino también sus bolsillos. Según cifras oficiales, la pobreza ha crecido desde un espantoso 60% al actual 70%. La población sobrevive gracias a programas de asistencia social usados por el oficialismo para el clientelismo político, todo un clásico en la región.
El látigo de la violencia tampoco ha aflojado por obra y gracia del mismo narcotráfico y de las maras, las pandillas centroamericanas al servicio del crimen organizado.
«Y no olvidemos la vulnerabilidad extrema asociada al cambio climático», advierte Martínez. Honduras, que no se ha recuperado todavía del terrible huracán Mitch de finales de siglo, sufrió el año pasado la embestida de Iota y Eta. «Estamos ubicados en una posición de extrema vulnerabilidad frente a huracanes e inundaciones. Históricamente los gobiernos no han construido las obras de infraestructura necesarias para contener las inundaciones. Hasta las tormentas más pequeñas generan crisis aquí», certifica el sociólogo catracho.